Este mes de vacaciones ha sido muy diferente al resto. Durante 21 días he estado recorriendo Bali, Islas Gili y Yogyakarta y los podría resumir en dos palabras, intensidad e inmensidad. Otra palabra que resonaba con fuerza era reinventarse. Todavía no sabía cómo.
Ha sido un viaje en el que intenté, y casi lo consigo al 100%, olvidarme de todo lo que tenía aquí para centrarme en tener los sentidos muy alerta y no perderme detalle alguno.
Desconectar de esa manera y terminar de vaciar la carga emocional de estos últimos meses, me ha permitido ver la realidad desde otra perspectiva, mucho más simple.
Básicamente, tener la certeza de que poco a poco voy a conseguir cumplir el objetivo: reinventarse y vivir. Lo que también te aseguro es que ha sido uno de los mejores cumpleaños de mi vida.
Hace poco más de una semana me he mudado a Madrid, ¡me tiene loquita perdida! Si tienes alguna sugerencia, tengo los oídos muy limpios para anotarlas todas, eso sí, las de comer que sean gluten free, por favor 🙂
Reinventarse en el mundo freelance
Echaba de menos traducir y tener un contacto más directo con las letras. Estoy inmersa también en el copywriting, aprendiendo muchísimo de gente muy pro como Javi Pastor y Rosa Morel.
El 1 de julio voy a asistir al I Encuentro de Redactores Digitales y tengo un ansia por ir que no puedo con ella.
Durante este tiempo no he dejado de escribir. El curso de escritura creativa lo he tenido que trasladar al modo online porque como todavía no han inventado el teletransporte, era inviable ir todos los jueves a Málaga. Justo ahora a finales de junio lo acabo y me da mucha penita.
El último relato que llevé a clase
La historia que vas a leer a continuación es quizás una de lo más personales hasta el momento. He querido dejar ver una parte de mi infancia con mi abuelo Fernando aderezada con otra historia ficticia.
Quizás sea cierto que para reinventarse hay que dejar que ver más allá.
Cuéntamelo otra vez
Otra vez tarde, ni siquiera llego para la merienda. Cuando abro la puerta de casa escucho unas carcajadas que me acompañan hasta el salón. Me quedo en el umbral mirando y ahora soy yo la que no puede evitar sonreír. Mi madre y Lucas están tirados en el suelo disfrazados de indios mientras las flechas vuelan de una banda de cojines a la otra. Por un instante cierro los ojos para volver a ser niña.
-¡Abuelo, abuelo! Cuéntamelo otra vez. Cuéntame qué te pasó con la boina.
Mi abuelo me acarició el pelo con la dulzura de quien te ama por encima de su propia vida y aclaró la voz mientras yo lo miraba embobada desde mi pequeña silla de anea.
-Una tarde fui al pueblo de al lado al barbero. En este pueblo éramos tan pocos que si queríamos cortarnos el pelo o ir al médico había que ir con el burro hasta Uryuba. Cuando llegué me dijo que cómo me lo quería cortar, al uno, al cero, al doble cero. Le dije muy convencido que al doble cero. Cuando metió la maquinilla me quise morir, ¡Dios mío si tengo la cabeza como un enfermo! Ya no había escapatoria, así que me tuve que volver con la boina puesta y una lección a cuestas.
En el pueblo los chiquillos no dejaban de meterse conmigo y alguna que otra pelea cayó balate a bajo. Una tarde, Luis, uno de los chicos mayores me quitó la boina.
-¿La quieres cabeza de melón? Cógela, venga, no llegas, cógela.
Él era mucho más alto que yo así que por más que saltaba con todas mis fuerzas no conseguía recuperarla.
-¿Y qué pasó, abuelo? -le dije entusiasmada a mi héroe.
-A veces cuidaba las cabras de mi padre así que tenía buena puntería y en ese momento no se me ocurrió otra salida que coger una piedra plana del suelo y tirársela a Luis. Cayó seco y un hilo de sangre le manchó la camisa. Todos los niños empezaron a gritar ¡lo has matado, lo has matado! Me asusté tanto que me fui corriendo a las faldas de mi abuela Sagrario. Los niños se chivaron y al cabo de un rato llegó mi padre hecho una furia. El médico estaba visitando a Luis y la cosa pintaba fea. Mi padre me quería matar, no dejaba de gritar y dar golpes por la casa pero mi abuela una vez más me salvó de otra manta palos. ¡Ay mi abuela! Bendita mujer.
Al día siguiente nos enteramos de que Luis había estado jugando a las cartas con la muerte pero finalmente había decidido que le gustaba más jugar al mus con los del pueblo. Creo que no me ha pesado tanto el mundo, ni comparable a las largas tardes acarreando sacos de aceitunas.
Antes de abrir los ojos dejo que su imagen me inunde un ratito más, no quiero soltarlo. Los surcos de su frente capricho del campo, la risa sonora que le daba al acabar de contar las historias y el poder de sus ojos azules. Cómo echo de menos esas tardes.
-¡Mamá, mamá! Si ya estás aquí -me dice Lucas devolviéndome a mis 35.
-Hola peque, ¿qué tal lo has pasado con la abuela?
-Muy guay mamá. Mira, mira, somos indios y te vamos a capturar para que no vayas más a trabajar y meriendes con nosotros.
-¿Qué parece a jefe Oso blanco si tomar chocolate de la paz y contar historias?
¿Has experimentado alguna vez esa necesidad de reinventarse?
Gracias por dejarme besarte con letras.