La soledad del mar. ¿También tendría que renunciar a eso?

la soledad del mar

Este es mi tercer mes en el curso de escritura creativa del Taller Paréntesis. Esas dos horas a la semana son un regalo. Aprendo muchísimo y puedo conectar con otras personas a las que también les apasiona escribir, la lectura y en definitiva las letras.

En estas clases estoy intentado salir continuamente de mi forma habitual de contar algo. Tengo tendencia a hacerlo en primera persona y de forma introspectiva sin detenerme a describir el espacio o usarlo para potenciar las emociones.

La propuesta de esta semana

La propuesta que nos hizo Rafa para el relato era idear un personaje y de ahí crear una historia. Me inspiré en una pareja de viejitos que veo cada tarde pasear de la mano cuando salgo a entrenar. Desde el primer día se me fueron los ojos a ellos por dos cosas, la forma cómo se miran y que ella a pesar de que lleva la típica falda a media rodilla usa unas zapatillas de deporte, no sé, quizás sea una tontería pero a mí me produce mucha ternura cuando los veo.

Además, tengo que reconocer que la historia que en un primer momento ideé llena de amor y alegría, al final ha acabado siendo otra cosa al dejarme guiar por las emociones de la protagonista.

Un regalo de mi amiga Dánae desde Filipinas

La soledad del mar

Las campanas de la iglesia comienzan a sonar, son las seis. Las pocas gaviotas que quedan en la playa se lanzan a por los trozos de pescado que ha traído el sombrío oleaje de estos últimos días. Lucía mira hacia el horizonte esperando que el barco de Luis aparezca y por fin se marchen a casa. Un nudo se apodera de su pecho al vislumbrar un casco azul  que avanza hacia el puerto, pero dos olas más y se da cuenta de que es otro de sus compañeros el que vuelve. Suspira dejando que todo el cansancio le pese de golpe.

Unas risas despiertan su curiosidad y por primera vez después de quince horas aparta la vista del mar. Son esos dos viejitos que ve pasear cada tarde de la mano. Ella es bastante más bajita que él. Tiene el pelo gris recogido con una trenza y una sonrisa que impregna a todo aquel que se cruza con ella.  Tuvo que ser una mujer muy hermosa y fuerte, piensa Lucía.

Él tiene un semblante más serio y unas pequeñas gafas que les recuerda a las de su padre.

—Papá, ¿qué hago en este pueblo?

Se intenta acomodar junto a una roca y cierra los ojos. Una lágrima resbala por su mejilla reabriendo la herida que no se cierra. Nunca se imaginó la angustia que viviría cuando Luis le propuso que se viniera con él. La incertidumbre de si ese día sería el beso definitivo o el caprichoso Neptuno le daría la oportunidad de volver a deshacerse en la arena junto a Luis. Se le empezaban a juntar días y noches y de aquella joven risueña que llegó una pegajosa mañana de verano, iban quedando los huesos.

Una de las muchas tardes que esperaba en la playa a que Luis volviera, se cruzó con la viejita de la trenza. Esta la miró y sin mediar palabra se sentó a su lado.

—Soy Elena— le dijo con una sonrisa cómplice.

—Lucía— contestó.

—¿Qué hace una muchacha de ciudad en este perdido pueblo?

—Eso mismo me pregunto cada día—dijo resignada Lucía. Creía que mi sueño del amor eterno se iba hacer por fin realidad. Pero lo único que se me está haciendo eterno es el tiempo en esta maldita playa.

—Ay pequeña, me recuerdas tanto a mí. Yo vine también de la ciudad cegada por la idea de haber encontrado a mi príncipe azul. Quiero a Fernando como si los años no hubieran pasado, no me malinterpretes, pero la vida de la mujer de un pescador no está precisamente cubierta de rosas.

—Yo os envidio cuando os veo paseando cada tarde. Parece todo tan fácil…

—Lucía, he pasado miles de noches en vela. He sentido que me arrancaban las entrañas y me volvía loca dándole vueltas a la playa cuando los días pasaban y Fernando seguía sin llegar a puerto. He llorado con cada tormenta inesperada, con los fríos vientos del norte y hasta con los cálidos del sur. He rezado hasta la saciedad por no tener un hijo que siguiera la condena de este pueblo.

Lucía se había quedado de piedra con la última frase, ¿también tendría que renunciar a eso?

—Pero llega un día— continuó Elena— después de llorar mucha sal, que no sé si la resignación o la forma que ellos tienen de ver el mar se apoderan de ti y te hace olvidar el futuro y casi que el pasado. Vives cada puesta de sol, sientes las olas y vas dejando que la locura solo sea por una noche de pasión, no por convertirte en roca en la playa. Pequeña, no te consumas sin hacer nada. El mar no va a cambiar su destino porque tú lo esperes en la playa.

Elena se incorporó y le dio un sutil beso en la frente.

—Si necesitas una amiga, me encontrarás en el faro.

Lucía no dijo nada, se había quedado bloqueada repasando cada uno de los sueños a los que había renunciado por Luis y todo lo que vendría si seguía aquí.

En un arrebato echó a correr. Le faltaba el aire y del esfuerzo se le empezaron a humedecer los ojos pero siguió corriendo sin escuchar más que sus latidos taladrándole la sien. Corrió hasta los límites del pueblo y solo se detuvo para observar la playa que le había estado ahogando una última vez. El amor propio, al fin, había pesado más.

Gracias por dejarme besarte con letras.

firma

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

💛️ También te podrían gustar las siguientes entradas:

El silencio de Colinas Frías

Colinas Frías Tenía muchas ganas de publicar este relato porque está inspirado en la zona en la que vivo, La Alpujarra. Las costumbres, lugares y personajes son ficticios pero la belleza de los pueblos blancos que relucen en el verdor de las montañas son reales. La aventura de Colinas Frías se me ocurrió una tarde mientras veía bajar a muchos de los que visitan nuestra zona. Ese río de coches y ganas de descubr ...
Quiero leer más

Entre suspiros

entre suspiros La huella de mis abuelos está muy presente de una forma u otra en mis textos. A veces mis manos le dan voz a vivencias que estaban escondidas. Otras son ilusiones que se forman a través de los lugares impregnados con su alma. El relato que hoy quiero compartir contigo lo escribí hace como un año, mucho antes de plantearme compartir este espacio tan privado. Este texto es especial po ...
Quiero leer más

La carta de los días malos | Escritura emocional

Quién no ha tenido un día en el que la vida parece una auténtica mierda. No tiene porqué haber ocurrido la peor de las tragedias, pero basta con tener un bucle negativo instalado en la cabeza con ganas de hacerse el dueño del cortijo. La carta de los días malos es un ejercicio de escritura emocional que nos ayudar a recuperar la perspectiva, un recordatorio de luz. Te cuento este truco de escritura porque a mí me ha funcionado. Sin ir más lejos, la semana pasada tuve unos días de querer meterme en la cama y no salir hasta el año que viene. Falta de concentración, demasiado ruido me ...
Quiero leer más

No te guardes las ganas

No te guardes las ganas amiga mía de amar, de sentir y vibrar. De que tu pelo ondee a lo loco mientras mueres a carcajadas. De soñar alto, muy alto y de creer que el mundo brilla más cuando lo miras con ganas.   No te guardes las ganas de llorar, de soltar las emociones que se guardan, que se guardan ¿para qué? Deja que fluyan y florezcan cual almendro en primavera. Suéltalas para que ...
Quiero leer más