Media maratón de Sevilla, 10.000 corazones al trote

media maratón Sevilla

Correr una media maratón va más allá de los 21.095 metros. Es aunar en unas horas una bomba de emociones. Porque cada uno de los que nos colocamos el dorsal y nos plantamos en el arco de salida llevamos una historia distinta detrás.  Superación, esfuerzo, constancia, alegría son algunas de las medallas que todo corredor ya ha ganado incluso antes de empezar.

Para mí correr es la mejor forma de mantener la calma. No solo me ayuda a controlar las emociones sino también a decirme a mí misma todo lo que puede conseguir mi cuerpo sin importar qué número indica una talla.

Media maratón de Sevilla

Cuando daba vueltas al campo de arena frente a mi residencia de Braga solo quería perder peso. Unos kilos que quizás solo yo veía porque cada vez que veo alguna foto del pasado me dan ganas de gritar:»¡qué alguien le diga a esa chica que no está gorda!

Ahora soy capaz de disfrutar de la distancia, de querer más. Llegar a la media maratón de Sevilla era un regalo. De hecho, correr siempre lo es. La ciudad brillaba con una luz intensa realzando los colores que se reflejaban en el Guadalquivir. Sevilla es una ciudad preciosa por la que da gusto adentrarse sin rumbo. Me siento muy afortunada de haber podido disfrutarla a golpe de zapatilla, sin coches, solo aplausos.

Cada vez que me sitúo en un arco de salido una oleada de electricidad recorre sin piedad cada poro de mi piel. Es como si pudiese sentir el latido y la energía de cada persona de mi alrededor. A veces es tan abrumador que no soy capaz de contener alguna que otra lágrima incluso antes de empezar.

¡Estamos aquí, podemos correr y es la caña!

Correr sin tiempo

Creo que una de las mejores cosas que me pasó durante la media maratón de Sevilla fue no llevar reloj y que el GPS de Strava no cogiese mi ubicación. Avanzaba por las calles sin tiempo, solo sensaciones. Durante los primeros cinco kilómetros, mi compañero de aventuras y yo estuvimos codo con codo pero llegados a ese punto le dije que siguiera camino sin mí.

Él es bastante más rápido que yo y además, se está preparando el medio Ironman de Marbella. Así que necesita un entrenamiento y unos ritmos diferentes. Siempre nos damos un beso antes de salir y otro al cruzar el arco de meta. Es nuestro pequeño ritual junto con mis bailes caribeños para calentar. Cuando nos despedimos en algún punto ese beso pasa por un roce de manos que sacude igual de fuerte.

Los quince kilómetros siguientes fueron distintos entre sí. Me encanta dividir una media maratón en dos carreras de 10. Me ayuda en los momentos duros a no venirme abajo. En el caso de Sevilla la carrera constaba de dos vueltas diferentes pero con cuatro kilómetros de punto en común. Mi teoría me venía perfecta.

En la adversidad es cuando aprendemos

La primera vuelta fue genial. Me iba empapando con los ánimos de una ciudad volcada. El calor de los valientes que deciden no escuchar al sofá. Sin embargo, la segunda vuelta se encrudeció.

Cometí un error garrafal. Llevaba unas semanas con la transición de las plantillas. Tengo la pisada tan sumamente desviada que el dolor en la cadera llega a ser insoportable si no las llevo. Todavía no tenía permiso para correr con las plantillas nuevas, debía seguir con las viejas hasta encajar las otras. Y la lié.

Tenía que haber estado los días previos a la media maratón también con las viejas y se me olvidó. En cuanto metí el pie a pocos minutos de salir del hotel caí en la cuenta. Desde ese momento sabía que tendría problemas.

En el kilómetro 13 empecé a notar el cuádriceps derecho molestias. Intentaba calmarme diciéndome que ya había pasado más de la mitad de la carrera, que en menos de una hora tendría un abrazo enorme en meta esperándome. Sin embargo, en el quince me vine abajo.

El músculo me tiraba muchísimo y por más que me detuve a estirar, no aflojaba. El buen ritmo que llevaba se redujo hasta quedar casi andando. Era como si un millón de agujas se clavaran a la vez. Lo peor llegó en la parte de adoquines. El pie pisaba raro al estar en una zona irregular y el dolor se intensificaba.

Estaba desesperada, no me podía creer cómo se me estaba complicando la carrera. Cada metro era un esfuerzo brutal pero jamás pensé en abandonar. Como tuvimos la suerte de adentrarnos por pleno centro de Sevilla me dije que ya que iba a un ritmo de tortuga viejuna que por lo menos levantase bien la cabeza para contemplar cada edificio maravilloso.

Lo mejor, recorrer Plaza España

Cuando entré en Plaza España quedaba algo menos de un kilómetro para terminar y fue el momentazo. Se me erizó hasta el alma al entrar en una de las plazas más bonitas del mundo. Por unos instantes se me llegó a olvidar el dolor, solo podía sonreír y dar gracias por poder vivir algo así.

La vida nos da regalos, solo hay que saber quitarles el lazo.

Con el último giro enfilé la recta de meta. Llegaba completamente dolorida y agotada. No era capaz de mirar a mí alrededor para ver la cara de la gente que se dejaba la voz animando. Me recordó a mi primera carrera de 18,5km en mi pueblo.

Y lo vi.

Mi compañero de aventuras estaba en el arco de meta esperándome con la mayor de las sonrisas. Creo que el abrazo que nos dimos ha sido de los más sentidos. Rompí a llorar con el primer roce de sus brazos sobre mi cuerpo. Y así estuve unos minutos hasta que fui capaz de volver a hablar. Lágrimas por el dolor, por la emoción, por el orgullo de haberlo conseguido.

Correr siempre será un recordatorio de todo lo que soy capaz de lograr con paciencia, esfuerzo y pasión.

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Gracias por dejarme besarte con letras.

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