Hace un par de años, leí Nacidos para correr, el primer libro en el que descubrí a los tarahumaras y a Scott Jurek, el autor del libro Correr Comer Vivir. De ese viaje tan intenso por las carreras de ultradistancia y la cultura tarahumara, me quedé con la magia de sonreír mientras daba cada zancada.
Desde entonces, intento llevar esa sonrisa en mis entrenamientos o en las carreras. Ese pequeño gesto cambia mi actitud mientras corro y me ayuda a recordar que es un privilegio poder colocarme las zapatillas y sentir la naturaleza vibrando a mi alrededor.
También he implementado ese sutil movimiento de labios durante mis meditaciones, como sugería el maestro balinés de Elizabeth Gilbert en Come Reza Ama. Y parece mentira cómo el cambio de una línea facial puede descargar tantos matices en nuestra actitud.
Aunque en el momento en el que leí Nacidos para correr, la leyenda de Scott Jurek me produjo muchísima curiosidad, me quedé tan enganchada a los tarahumaras que no busqué mucho más sobre él. Sin embargo, el rumbo del camino me lo ha vuelto a mostrar.
Buscar información sobre alimentación vegana y vegetariana (de esto te quiero hablar con calma en otra entrada para A.M.A.R.) me hizo toparme con su libro Correr Comer Vivir. Lo primero que me llamó la atención fue el título. Con un solo fogonazo me vino a la mente el que te comentaba de Elizabeth Gilbert y dije «quiero leer el de Scott».
Come Reza Ama es uno de esos libros que no me canso de releer, de hecho, lo hago una vez al año. Lo tengo lleno de notas con las ideas que me van atravesando y después leo también las que escribí otros años. Correr Comer Vivir se ha colado en el podio de uno de mis libros favoritos de este año y también, uno de esos libros para releer con calma.
¿Por qué? Muy sencillo, concibe correr como yo lo hago, de forma espiritual más allá de calorías o kilómetros. Y creo que ahora que conozco su historia, releerlo me va a aportar matices que quizás por el ansia de saber, he pasado por alto.
Correr Comer Vivir, un libro para A.M.A.R.
Quizás el primer prejuicio que te puede surgir, es que se trata de un libro solo para corredores o lleno de técnica. Para nada.
Las carreras de ultradistancia son el hilo argumental de algo mucho más profundo y trascendental. Son la herramienta para intentar responder preguntas que le plantea la vida, situaciones que podría sumirle en un auténtico pozo sin fondo pero de las que consigue aprender y seguir corriendo.
Por si no sabes que es una ultra, es cualquier carrera que suponga una distancia mayor a la de maratón que es 42Km y 195m. Telita.
Las distancias más comunes en las ultras son de 80 y 160km. Pero también las hay muchísimo más extremas, como las que cuenta Scott en Correr Comer Vivir.
He conectado con él desde la primera palabra
Scott es una de las personas con las que me gustaría tomarme un café y escucharlo hablar de la vida, de la naturaleza y de nuestro paso por el mundo durante horas.
Cuatro pasos simples: primero, permitirme a mí mismo preocuparme; segundo, estudiar la situación. Tercero, me pregunté a mí mismo qué podía hacer para solucionar la situación. El cuarto y último paso consistía en separar mis pensamientos negativos del tema.
Esa fórmula mágica que aplica en los momentos más jodidos de sus carreras, podríamos introducirla en cualquier situación. Estamos más acostumbradas a no escuchar el dolor, sin embargo, permitirnos por unos instantes sentir esa oleada cegadora es un acto de amor. Sí, de amor.
No me refiero a regodearse en la mierda, sino de aceptar esas sensaciones que nos incomodan o nos duelen. Aprender de ellas y sacar la información necesaria para seguir adelante sin tomarles demasiado cariño.
Porque a veces confundimos dolor con pensamientos negativos que ni siquiera han llegado a ocurrir. Y si no nos permitimos sentir, no podremos saber cómo manejar nuestra mente.
Scott profundiza bastante en ese aspecto. En cómo la mente puede hacerte llegar a meta o anclarte al suelo.
Recetas, trucos y experiencias
En el libro, además de mostrar sus experiencias deportivas, nos explica cómo se fue dando cuenta de que una dieta vegana, equilibrada y consciente no solo le otorgaba más resistencia y fuerza. También le ayudaba a sentir y recuperarse con más claridad.
Intercala en los capítulos recetas veganas y trucos para correr, incluso aunque solo seas capaz de recorrer 100 metros.
Él no hace apología de que todas tengamos que correr ultras para conseguir alcanzar esos estados meditativos. Promueve la idea de hacernos preguntas, de seguir adelante incluso sin saber a dónde vamos, de exprimir la experiencia de vivir.
¿He estado entrenándome correctamente? ¿Me he esforzado al máximo y para llegar lo más lejos posible? Esos son los tipos de preguntas que me han guiado en mi carrera y que pueden guiar a cualquiera que esté buscando algo (es decir, a todo el mundo). Tú quieres lograr ese ascenso en el trabajo, conseguir al chico, o a la chica, o batir tu mejor marca personal en una carrera de ocho kilómetros, pero aunque consigas lo que quieres, no es eso lo que te define; eso es simplemente cómo te ocupas de tus asuntos.
Su historia me ha inspirado muchísimo
Alguien que nace en una familia humilde, con una madre muy enferma y con un padre estricto. Alguien que no tiene el mejor talento. Alguien que empezó a correr porque no podía hacer otra cosa para entrenarse.
Hay generosidad a borbotones en sus palabras.
El respeto y cariño que destila cuando habla de amigos y competidores; de sus momentos más turbios. No hay victimismo, solo aprendizaje. Búsqueda de una vida simple pero plena de sentido.
La última reflexión del libro es mi favorita
Es fácil perderse con los plazos y con las deudas, con las victorias y las derrotas. Los amigos se pelean. Los seres queridos se marchan. La gente sufre. Una carrera de 160km (o una de ocho, o simplemente dar una vuelta a la manzana) no curará el dolor. Un plato lleno de guacamole y de ensalada de berza no aliviará las penas de nadie.
Pero te puedes transformar. No de la noche a la mañana, pero sí a lo largo del tiempo. La vida no es una carrera. Tampoco lo es un ultramaratón, en realidad no, aunque pueda parecerlo. No hay línea de llegada. Corremos hacia una meta y alcanzarla o no es importante, o no es lo más importante. Lo verdaderamente trascendental es cómo nos movemos hacia ese objetivo.
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