Si me tuviera que describir con una sola palabra sería intensidad.
Alguna que otra vez he tenido que escuchar que es la peor cualidad que se puede tener porque no hay equilibrio emocional.
A mi parecer, es hermoso poder vivir con una ilusión brutal cada etapa y momento de mi día a día.
Es cierto que hay días malos, y quien no los tenga que me cuente su secreto y ya de paso el de cómo conseguir un giratiempo que me vendría muy bien. Aunque puede parecer que por mi intensidad me hundiría en la miseria no es así. Gracias a la escritura consigo descomprimir esas experiencias que ponen en jaque a mi equilibrio.
Descubrí cuando era una enana con gafas que no hay mejor terapia para un día de pena que escribirlo y si hace falta llorarlo mientras se escribe. Para mí es magia, en cuanto lo pones por escrito sacas toda esa bola sucia de energía tóxica y vuelves a tu estado natural. En definitiva, a mí me sirve para ver las cosas con perspectiva.
El relato, si se puede llamar así, de hoy no tiene censura, simplemente es un manantial de emociones que brotan cuando el destino se pone chulillo y quiere hacerse notar. Es de esos golpes que das en la mesa y en los que te importa bien poco si esta es de cristal.
No espero que te guste pero sí que te remueva.
Cuentos de ratas y culebras
Ilusión y mazazo, uno tras otro. Cuando parece que me recuperaba de una sacudida vuelve otra y otra más. Me encuentro desorientada, tirada sobre la lona sin saber por qué era necesario pelear. No entiendo la razón de un duelo que no quise jamás. Yo no lancé el guante pero parece que eso da igual. Me consume y me debilita. La muerte agónica del mismo ego.
Felicidad, o así dicen que se llama porque yo no recuerdo ni su nombre mucho menos su cara. Un reflejo difuso cada vez más empañado por las lágrimas y los lamentos. Por suspiros que nadie recoge y se quedan sin dueño.
Cada día me pregunto por qué, cuál es la razón. Qué mal he hecho para pagar tan alta condena. Qué sacrilegio cometí para tener que vivir a medias.
Solo quiero hacerme un ovillo, que me abraces y se detenga el tiempo. Quiero quedarme aquí, pegada a ti mientras siento que tus brazos recomponen mi destruido yo.
Todo duele, todo. Duele tanto que ya no quiero saber cuánto más puedo aguantar.
Dónde quedaron las historias felices sin madrastras ni ratas ni culebras. A qué saco roto están cayendo mis fuerzas que no hay hilo que lo cierre. Dónde, dime dónde que me planto y lo reviento, total, ¿qué más puedo perder?
El caso es que sigo ahí, de pie, con la mejor de mis sonrisas aguantando unos naipes que solo necesitan un soplo más para venirse abajo y todavía tienen la desfachatez de hacerme ver que es el mejor de los favores el que me está haciendo. Una experiencia que tendría hasta que agradecer.
Pues se pueden meter la experiencia, el aprendizaje y su veneno por el agujero más grande que tengan. Ojalá fuera el agujero del culo pero no, tienen uno todavía más grande y podrido, el hueco en el lado izquierdo, ese donde se supone que cualquier persona tiene el corazón.
Gracias por dejarme besarte con letras.