La huella de mis abuelos está muy presente de una forma u otra en mis textos. A veces mis manos le dan voz a vivencias que estaban escondidas. Otras son ilusiones que se forman a través de los lugares impregnados con su alma.
El relato que hoy quiero compartir contigo lo escribí hace como un año, mucho antes de plantearme compartir este espacio tan privado.
Este texto es especial porque lo hice pensando en mi abuela Carmen y una historia que nació como los buenos guisos, a fuego lento y con mucho amor.
Entre suspiros
Volvió a pasar. Un abrazo frío pero placentero me hizo sentir plena. No sé si me abrumaba más no haberme sentido nunca antes así, o no saber cómo ocurrió. La primera vez me asusté, sabía que no estaba dormida aunque mi respiración era lenta, mis ojos no podían más… se lo conté a mi abuela, era la única que me creería. El resto pensarían que simplemente estaba soñando, pero yo sabía que había algo más.
Me bebía el té con leche y canela a pequeños sorbitos, no sabía cómo abordar el tema. ¿Cómo me podía sentir tan estúpida por algo que seguro que era parte de mi imaginación? Mi abuela esperaba tranquila a que dijese algo, pero solo era capaz de abrir la boca para dar un nuevo sorbo. ¿Qué me estaba pasando? ¿Yo sin palabras? Eso nadie se lo cree.
Después de dos tazas de té y alguna que otra galleta mordisqueada, me atreví a decir en alto aquello que me sonaba tan absurdo en mi mente.
-Abuela, ¿tú crees que te puede tocar alguien a quien no ves?-.
Definitivamente sonaba aún más absurdo en voz alta y eso hizo que hundiera mi mirada en la taza.
Mi abuela dejó sus labores y tomó asiento, parecía que me había leído la mente.
-Hija, cuando tenía tu edad me pasó algo parecido. Fui a pasar las navidades a casa de mis tíos y como toda mozuela quería disfrutar de fin de año con mis amigas pero se negaron en rotundo. Tramé un plan con Margarita y me escapé cuando todos dormían para darle a mis zapatos de salón lo que me pedían a gritos, bailar toda la noche.
Cuando volvía por las frías y solitarias calles de Madrid noté que alguien me seguía. Miré hacia atrás y vi a un hombre pero no su cara. De repente notaba mi corazón en la garganta y sin pensarlo aceleré el paso.
Tomase la calle que tomase, él me seguía. Cuanto más cerca estaba de casa, más cerca estaba él de mí. Podía notar su aliento en mi nuca, su asqueroso olor a whisky barato, pero entonces en lo alto de la cuesta vi a mi tía. No oía lo que me decía solo escuchaba como los latidos de mi corazón me taladraban la cabeza y la respiración se volvía cada vez más forzada.
Recuerdo que yo le decía “tía ya llego, tía ya llego”. Y llegué, pero no había nadie. Entré en casa sin mirar atrás buscando a mi tía. Cerré la puerta entre lágrimas congeladas y los mofletes ardiendo. No podía parar de temblar. ¿Qué había pasado?
La encontré plácidamente durmiendo en su cama y en mi cabeza se empezaron a agolpar las imágenes. ¿Pero si estaba en lo alto de la cuesta?
Carla yo aún me pregunto qué pasó esa noche, pero solo sé que si no hubiera visto a mi tía en la cuesta no hubiera tenido fuerza de seguir. Si lo que notas es bueno sea lo que sea no te hará daño. Cariño, no te asustes por lo desconocido. Solo somos capaces de creer en algo si lo vemos pero, ¿qué pasa con lo que sentimos? ¿Acaso todo lo que nuestros ojos nos muestran es verdad?-.
No supe que decir así que volví a darle un sorbo al té y cambié de tema. Mi abuela captó la indirecta y no volvió a preguntarme.
Pasaron los días y no ocurrió nada fuera de lo normal. Hacía mucho tiempo que me sentía perdida, sin rumbo ni norte y mucho menos fuerza de hacer algo al respecto.
Una noche agotada me rendí en la cama y mientras me acurrucaba en busca del paraíso de mis sueños volví a sentir ese frío. Empezó como un suave beso tras otro desde los pies hasta mi cuello. Un relámpago de energía que llenaba mi cuerpo. Abrí los ojos de golpe con la respiración entre cortada y no había nadie. Al girarme, la almohada desprendía un olor que no era el mío. Un olor dulce pero varonil. Inspiré y me gustó. Cuánto hacía que no sentía el abrazo de un hombre mientras inhalaba su fuerte perfume.
Eso me hizo sentir triste y aún más sola. Me hice un ovillo con mis propios pensamientos. Odiaba sentirme así y odiaba aún más la necesidad de encontrar a alguien con quien conectar. Mi corazón estaba sellado y blindado y me lo repetiría las veces que hiciera falta.
Las visitas nocturnas se presentaron cada vez más seguidas e intensas dejándome la misma tortura, un olor penetrante que me estaba volviendo loca. En una de ellas me desperté completamente desnuda. La sensación de éxtasis que recorría mi cuerpo era indescriptible. Sentí su piel, sus manos… pero no había nadie allí.
Mi mente racional solo buscaba una explicación coherente y lo primero que se me ocurrió fue que dormida me habría dado calor y sin darme cuenta me habría quitado el pijama. Pero, ¿cómo explicaba el olor? ¿Y ese placer?
Cada vez dormía peor. Buscaba el olor en cada despertar y si lo encontraba preguntaba cómo había llegado, pero si por el contrario no lo sentía me agobiaba aún más. ¿Qué me estaba pasando? Me miraba al espejo y no reconocía a la mujer en la que me había convertido. ¿Qué estaba haciendo con mi vida? ¿Mendigar por placer sin sentido que ni siquiera sabía de dónde llegaba?
Esta situación me estaba consumiendo o ¿era mi penosa vida la que me hacía sentirme cada vez más pequeña? Lo único que tenía claro era que estaba desperdiciando el tiempo, que hay veces que por mucho que las busquemos no siempre hay respuestas. Cuanto antes lo asumiera y tomara el timón de mi vida, antes podría empezar a construir ese paraíso que anhelaba.
Así que una mañana muy temprano me levanté decidida a que ya era hora de cambiar y barrer los escombros. Me calcé mis zapatillas y me pinté la mejor de mis sonrisas.
Aún ni había amanecido cuando pisé el asfalto. Zancada tras zancada me sentía mejor. Llenaba de aire fresco mis pulmones, me sentía en calma, libre, pero entonces lo olí.
-¡No puedes ser! ¡No puede ser!-me repetía una y otra vez.
Ese olor se hacía cada vez más patente y mis piernas no paraban de temblar mientras mis nervios se estaban crispando a un ritmo voraz.
-Sigue corriendo, es tu imaginación, es tu imaginación-.
Su intensidad empezaba a ser nauseabunda y cuando me decidí a mirar atrás para darme el baño de realidad que necesitaba, me caí.
-¡Joder! menudo golpe más tonto-.
Cuando levanté la mirada del suelo su olor me atrapó dejándome casi ciega pero esta vez sí que lo vi.
-¿Te conozco?-dije con una voz que delataba más miedo que vergüenza.
Él tan solo contesto, -ahora sí-.
Gracias por dejarme besarte con letras 🙂
Puedes conocer otros de mis relatos aquí. También me gusta reflexionar y hablar de libros 🙂