Hace un par de semanas comenzó la primera liga de milla urbana de la provincia de Granada. El pistoletazo de salida se celebró en mi pueblo y solo por eso me animé a participar. Quién me diría que días después acabaría disputando otra milla y un trail de 10K en la misma tarde.
Si queremos que, especialmente en los pueblos, se realicen actividades los habitantes debemos involucrarnos. Por eso, a pesar de que la velocidad de la milla no es lo mío, me calcé las zapatillas sin dudarlo.
Puse mi cuerpo al límite con la milla
Los 1.609 metros de la milla pusieron mi cuerpo al límite y eso me encantó. Ugíjar, pueblo de La Alpujarra baja en el que disputaba la segunda prueba, nos pilla bastante cerca. Además, la misma tarde que la milla se celebraba otra carrera de trail.
Nos lanzamos de cabeza.
La milla de Órgiva era más planita pero la de Ugíjar tenía una cuesta prolongada al final de cada vuelta. Los nervios se tornaron una bola que se movía sin control por mi estómago. Sentía como las nauseas me doblaban en el arco de salida.
Es algo que no puedo controlar. Los nervios al colocarme un dorsal se aceleran pero en la milla se disparan sin control. Es probable que no tenga sentido. No soy atleta profesional ni pretendo serlo. Sin embargo, soy competitiva. Creo que la competitividad me ayuda a mejorar, a no conformarme y por eso no me avergüenzo de ello.
3, 2, 1… arranca la milla de Ugíjar
Éramos cinco chicas en la categoría senior. En cuanto la pistola rugió salieron con fuerza. Soy una persona muy observadora y me había fijado en que los atletas que ganaban no eran los que iban en la posición dominante durante la primera vuelta.
Quería adelantarlas pero también sabía que si empezaba a apretar ya no llegaría ni a completar dos vueltas. Me pegué a ellas y en la última vuelta aceleré.
Iba la segunda y podía escuchar sus respiraciones como si estuvieran justo en mi nuca. Solo pensaba en no bajar el ritmo, solo quedaba la temida cuesta y podría descansar.
A falta de escasos 100 metros me pareció escucharlas más cerca. Sentía que la boca me sabía a sangre y mis pulmones estaban ardiendo. No iba a parar.
Todavía no sé de dónde saqué la fuerza. Imagino que esa vena competitiva fue la culpable. En la última curva apreté todo lo que pude, no pensaba dejarme ganar por tan poco.
La satisfacción al cruzar el arco de meta fue doble. Por una parte no había perdido el control y aunque me cabeza me gritaba que parase, que no podía seguir más, no le hice caso. Creí en mí.
Y por último, había conseguido bajar casi un minuto con respecto a la prueba de Órgiva. Puede parecer algo irrelevante pero en una prueba tan corta es todo un mundo.
Me reafirmé, me apasiona la montaña
Dos horas después volvíamos a ponernos el dorsal. Todavía podía sentir el esfuerzo de la milla en el pecho junto con algún que otro pito del asma. Los 10km que teníamos por delante pensaba tomármelos con mucha calma.
Habíamos visto el perfil de la carrera, ¡qué ingenuos! No teníamos ni idea de lo que nos esperaba. Para mi compañero de aventuras era su primera prueba de trail y para mí, la segunda. Entrenamos habitualmente por caminos, cuestas pero no con ese perfil.
Cruzamos varias veces un río, incluso durante un trocito estuvimos corriendo río arriba. Las subidas eran muy pronunciadas y las bajadas tampoco se quedaban atrás. Estaba siendo una prueba durísima y a la vez emocionante.
Fue la confirmación de que me resulta mucho más interesante correr por montaña que por asfalto. Los sentimientos y vivencias que experimento mientras me adentro en los senderos y cuestas son potentes. Tanto que a pesar de la fatiga no puedo dejar de sonreír. Y si hablamos del regalo de las vistas a la palabra hermoso le faltan matices.
El trail me fascina pero a la vez me resulta bastante más complicado entrenarlo. Me aterra adentrarme sola por la montaña, no porque me suceda un accidente sino por quién me pueda encontrar allí. Por eso el asfalto sigue siendo el epicentro de mi mundo runner.
Deseo tanto poder encontrar la forma de adentrarme todavía más en la montaña…
Dos premios más allá del metal
En la prueba de trail acabamos los últimos de la clasificación general pero obtuve el tercer puesto de mi categoría. El orgullo de estas pruebas no es el metal que ahora brilla en las estanterías del salón, sino el no haber tirado la toalla.
Durante la prueba de montaña no faltaron los instantes, sobre todo cuando volvíamos a entrar al pueblo en el kilómetro 6, de abandonar. Me molestaba la rodilla derecha, estaba cansada y tenía muchísimo calor. Los pensamientos recurrentes diciéndome «teníamos que haber hecho la de 5km» también hicieron su presentación.
Ninguno de ellos pudo tumbarme esta vez y ese es el gran premio.
Mi cabeza me ha jugado demasiadas malas pasadas en otras carreras. Una situación personal complicada se colaba sin invitación en carreras con las que llevaba soñando meses. Ahora me siento más fuerte y aunque Ugíjar no estaba dentro de mis objetivos deportivos, ha sido una sorpresa de lo más placentera.
Solo puedo decirte una cosa, tu cabeza no lleva siempre la razón.
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