Soltar el control de mi vida. Saltar y confiar

Casi no llego a las campanadas porque me quedé dormida en el sofá de mi abuela. Entré en 2020 cansada y no hacía ni diez minutos de la última uva cuando ya me había entregado de nuevo al sueño. Cuando me levanté al día siguiente estaba pletórica. Pensaba que 2020 iba a ser un año alucinante, que era un número mágico y se marcaría en mi memoria. Tenía todos los planes bajo control.

Había cuadrado cada mes de este nuevo año con viajes, escapadas, conciertos y demás actividades. No tenía huecos libres. Quería exprimir el año porque el anterior con la creación de la academia no había podido casi que disfrutar de lo que más me gusta. Hemos estado ahorrando todo lo que hemos podido para por fin poner en marcha el objetivo por el que nos habíamos mudado al campo hace casi tres años, tener un campamento base para poder viajar sin parar un par de meses al año.

Y casi lo conseguimos.

La última salida coincidió con nuestro aniversario. Saboreamos cada segundo de ese fin de semana pensando en que quizás todo lo que teníamos planeado se iba a venir abajo. Las noticias no dejaban lugar a dudas, estábamos a la entrada del confinamiento. La media maratón de Florencia fue el primero de esos planes agarrados al calendario que nos dijo adiós.

Llevaba meses entrenando, había soñado con esa meta. Cuando hacía esa visualización era imposible no sentir un nudo de lágrimas deseando brotar. Correr me da la vida y ese tipo de retos me ayudan a ser consciente de mi fortaleza mental. Sin embargo, la vida tenía otra prueba más bestia.

Perdí el control

Soy una persona bastante controladora. No con los demás sino conmigo misma. Supongo que ser emprendedora es vivir tan en la incertidumbre que poder amarrar el resto de situaciones de mi vida me ayuda a relajarme. Las personas que me conocen me dicen con cariño que soy un poco alemana 🙂

Para que te hagas una idea, mi cumpleaños es casi en un mes. En enero ya había avisado a todos mis amigos de la fecha elegida para la fiesta. En mi favor diré que la gran mayoría viven fuera de Granada y cuadrar agendas no es tarea fácil.

Estas semanas de cuarentena han sido una montaña rusa pero no por estar en casa. Tengo la suerte de vivir en mitad del campo y tener una pequeña huerta en la que puedo moverme. Además, las vistas de la montaña son alucinantes. Por esa parte estoy tranquila y muy agradecida, sin embargo, hay momentos en los que me come la incertidumbre.

  1. No sé qué va a pasar con mi negocio. Ni cuándo volveré a abrirlo, ni si volverá a ser rentable… El 24 de mayo es el primer aniversario y jamás imaginé que sería así. Cerrado. Sin niños, sin alegría.
  2. No sé cuándo veré a mis abuelos. Tenemos una tradición, comer con ellos una vez en semana. Es nuestro momento sagrado de risas, de dejarnos mimar a través de las recetas de mi abuela. Y no me duele tanto no verla como saber lo triste que está ella de verse alejada de toda la familia. Esta es la peor parte del confinamiento.
  3. No sé cuándo podré volver a abrazar a los que quiero. Me pesa bastante menos que el tema de mis abuelos aunque no quita que no escueza. Nadie sabe si podremos abrazarnos nada más termine esto, si habrá que esperar incluso todavía más. Lo que sí que me da en la nariz es que por un tiempo las celebraciones a la vida van a ser más descafeínadas, con menos contacto.
  4. No sé cuándo volveré a viajar y a correr. Sé que es algo banal si lo comparamos con la salud. Cualquier aspecto que comparemos con estar sanos es una tontería pero que no sean actividades tan sagradas no les resta importancia en mi vida. Viajar no es tachar ciudades de una lista, no es hacer fotos de lugares increíbles. En el descubrimiento del mundo le encuentro sentido al hecho de ser humana. Un vínculo con el Universo. No creo que vengamos simplemente a comer, dormir, trabajar y reproducirnos. Hay un sentido más. Con correr me ocurre lo mismo. Me ayuda a ver quién soy y de lo que puedo llegar a ser capaz.  A vivir una vida con propósito.

Cómo mantengo la calma

La segunda semana de la cuarentena fue la más asfixiante, no podía caer en el pensamiento negativo o de ahí al pozo solo había un paso. La desgana se quiso convertir en mi mejor amiga y casi lo consigue. Nunca imaginé que arrancar hierbas en el jardín me iba a ayudar a vivir el momento y así conseguir alejarme de ella.

  1. Intento centrarme en aquí y ahora, en todo lo que puedo hacer en este instante. Por ejemplo, hoy estoy escribiendo este post y después me voy a tomar un café con mi marido. Mañana, ya veremos qué planes surgirán. De hecho, estoy intentando ignorar por completo el tema de la academia. Ahora mismo no puedo hacer nada y pensar sistemáticamente en él solo me provoca más ganas de mandarlo todo a la mierda.
  2. Implicarme en actividades manuales. Aunque nos vinimos al pueblo para tener ese campamento base, no le habíamos hecho ningún caso ni a la huerta, ni al jardín ni a nada que creciese verde. El otro día me sorprendí con la azada de mi abuelo quitando las hierbas. He descubierto que puedo meditar haciendo trabajos manuales de ese estilo y mi mente se calma. También me está ayudando pintar y dibujar.
  3. No veo las noticias ni quiero hablar de temas negativos. Intento evitar todo lo que puedo el contacto con esas noticias en bucle, no me ayudan, solo consiguen generarme ansiedad y más preocupación. ¿En qué me ayuda saber el número de víctimas minuto a minuto? ¿Para qué quiero ver la insensibilidad que todavía reina en muchos corazones? No puedo cambiar el problema para tampoco tengo por qué alimentarlo. Además, creo que ayudo más a quienes me rodean sacándoles una sonrisa que comentando si X decisión ha sido o no acertada.
  4. Hacer más introspección. Me considero una personal muy espiritual y sensible, además de positiva. Esta situación es un reto para todos, perder el control de nuestras vidas y confiar en que todo va a salir bien. Estoy aprovechando para escucharme, para probar actividades y horarios, para reflexionar sobre cómo me gustaría que fuese mi vida después. Porque eso lo tengo claro, habrá un después. Un ejercicio perfecto para esa introspección son los diarios. Lo conté en este vídeo. Ahora voy a hacer la revisión del primer trimestre de este año para descubrir qué patrones me ayudan y cuáles son mejor cambiar. Quizás no es el momento para tomar grandes decisiones o quizás sí, todo depende. En mi caso, siento que tengo más claridad con ciertos temas que me venían ahogando.
  5. Centrarme en mis proyectos creativos. Intento sacarle el máximo rendimiento a esta situación y por eso me he volcado con mis proyectos creativos. He vuelto a compartir contenido en mi canal de YouTube. Disfruto mucho grabando y compartiendo ese amor por las letras. También he lanzado mi podcast Déjame besarte con letras. Qué experiencia más enriquecedora. Quería crear un viaje sensorial, un oasis con el que nutrir a la rutina y por el feedback que me va llegando, lo estoy consiguiendo. Y por último, sigo escribiendo mi primera novela. Es cierto que he bajado el ritmo de escritura y me he estado culpando por ello hasta que dije basta. Hago lo que puedo en este momento sin orden ni control. Muchos pocos llegan también a crear un todo.

He decidido rendirme a la vida, soltar el control y saltar al vacío. No es fácil, mi ego me grita cada día que no lo intente pero sé que si no lo hago así, perderé entonces mi esencia y a eso, sí que no estoy dispuesta a renunciar.

¿Tú cómo llevas estos días en casa? ¿También sientes que has perdido el control?

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